Querida Sara:
No sé emprender sin dinero.
No soy como esa gente que arranca desde cero. Sin nada en los bolsillos.
Te cuento que no logro enfocar mi mente, sin pensar en mi bienestar, en el de mi familia, en las cosas que se acaban, en las facturas de por vida, que mes a mes te recuerda lo rápido que ha pasado el año y aún no ves resultados del proyecto que iniciaste.
Eso desespera.
Trabajo mejor cuando tengo todas las necesidades básicas cubiertas. Ese primer nivel de la pirámide de Maslow.
Dejé muchos empleos, con el fin de emprender un nuevo negocio, con el camino claro de lo que tenía que hacer para lograr la tan anhelada independencia económica.
El negocio que me iba a hacer millonario.
Y de todas ellas salí de una sola forma.
Quebrado.
Pero cada vez que volvía a quebrar, lo hacía mejor. Lo hacía con gracia. Porque para todo en la vida hay que tener gracia.
De cada experiencia, quedaron muchas enseñanzas. Lecciones aprendidas, amistades perdidas. El dinero no importa ahora, estaba aprendiendo lo que tenía que aprender.
Finalmente comprendí cómo funciona el éxito y la recompensa al esfuerzo.
Entendí lo que quería hacer en realidad y a descartar todo lo demás en lo que no era bueno. Elegí dedicarme a una sola cosa de cada vez, y esa cosa con seguridad tenía que dominarla o al menos saber que había nacido con habilidades para hacerlo.
También aprendí que nadie se queda con el esfuerzo del otro.
Que todo lo que das se devuelve de alguna manera. Que existen leyes universales, que puedes usar a tu favor, para lograr lo que quieras. Que la persona más importante en la vida eres tú misma. Que primero tienes que estar bien tú, para poder ocuparte de los demás.
Esto aprendí de emprender y quebrar: aprendí que no aprendes de tus errores, aprendes de tus aciertos. Y entre más aciertes, mejor lo haces. Lo empiezas a dominar. Sigues errando, pero en una balanza, vas más acertando.
Persigue los aciertos, pasa rápido los desaciertos. Aprende y sigue por el siguiente acierto.
Tu tio.